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Los Pumas deben dar vuelta la hoja después de una noche inexplicable

El gran desafío pasa por desmenuzar cómo es que se llegó a una de las peores performances en mucho tiempo. Aún con tiempo para corregir la imagen. Y hasta de mantener la ilusión de progresar en el torneo

Mientras la cabeza sigue girando loca sin entender bien qué es lo que sucedió en el Stade Velodrome, las imágenes de un equipo deshilachado invadido por una sucesión de desajustes e imprecisiones se reiteran como si este estreno pesadilla fuese un insoportable loop televisivo.

Porque una cosa era no batir el parche con cuestiones de favoritismo y respetar a un rival que, como todo equipo con historia, difícilmente encararía un Mundial atraído por la sucesión de malos rendimientos recientes, y otra cosa era sufrir una derrota semejante ante un rival prontamente disminuido. Pero aún que en aquel fallido debut del 87 ante los fijíanos. Para colmo, acumulando una cantidad incalculable de pelotas perdidas, knock-ons, penales e infracciones varias en el scrum.

Probablemente lo más difícil de explicar haya sido como durante casi un partido entero Los Pumas no lograron hacer sentir el hombre de menos del rival. En ningún pasaje del juego. En ninguna faceta del juego. Más que eso, durante buena parte del segundo tiempo fue Inglaterra quien pareció estar en ventaja numérica.

Enorme mérito de un rival que llegó al torneo con una infrecuente racha de resultados adversos -incluido un durísimo traspié ante Fiji- y que, como podía suponerse, difícilmente no modificaría en algo su rostro demacrado ante el compromiso de un Mundial. En lo anímico y a partir de la expulsión de Curry, se trató de una recuperación superlativa.

Es más. Esa expulsión pareció ser el intangible disparador de una actuación argentina plagada de errores. Como si nos costara entender cómo era que no se lograba marcar diferencia en el juego a partir de esa ventaja numérica, la Argentina dio la impresión de haber jugado con demasiada urgencia desde demasiado temprano. Del otro lado hubo una extraordinaria disciplina defensiva, un impecable uso del pie -extraordinario lo del goleador Ford- y una certeza entre constante y utilitaria para ampliar la diferencia tanto como para acentuar minuto a minuto la tranquilidad de unos y la desesperación de otros.

Hace unos cuantos años escuché a más de un sabio veterano editor gráfico explicar que no se debe separar en primer y segundo tiempo el análisis de un partido. Que no necesariamente las historias cambian por el mero hecho de pasar a descansar unos minutos por el vestuario. Sirve para el fútbol. Sirve para el rugby.

Ni qué hablar de lo sucedido ayer en Marsella. Lejos de dar vuelta la hoja, Los Pumas padecieron en el segundo tiempo aún más que en el primero. No solo la diferencia inglesa alcanzó niveles numéricos inverosímiles sino que la acumulación de imprecisiones debe haber generado una sensación de frustración que esperemos no tarde demasiado en diluirse en la semana larga que queda hasta el próximo partido.

Poco inmunes a la razonable ansiedad periodística que aflora ante un torneo de semejante trascendencia, parece inevitable comenzar, tan pronto, a sacar conclusiones. Irlanda jugó como el líder de ranking que es y se inventó un partido que no había para golear a los rumanos. Italia logró el triunfo más categórico en su historia mundialista frente a Namibia que, al menos en lo rugbistico, de Sudáfrica tiene solo la vecindad geográfica. Australia fue más granítico que virtuoso y tuvo un estreno digno de crítica ante los conmovedoramente voluntariosos georgianos: aún rudimentarios se las arreglaron para desdibujar al favorito. Francia se regaló un éxito histórico en un partido raro (me cuesta asumir que me gusto muy poco el equipo local). Y los All Blacks abrieron una ventana que permite sospechar que, en este Mundial, lo inesperado solo acaba de tener el primero de varios episodios.

Volviendo a Los Pumas y para no perder el foco de lo que más nos importa, el gran desafío pasa por desmenuzar cómo es que se llegó a una de las peores performances en mucho tiempo. Justo en esa ocasión tan especial. Aún con tiempo para corregir la imagen. Y hasta de mantener la ilusión de progresar en el torneo. Al fin y al cabo, esa capcidad de recuperación ante la adversidad que brilló ayer con la camiseta inglesa es un sello distintivo de nuestro seleccionado

Por lo demás, como suele decir el Flaco Menotti, a los equipos con historia nunca hay que darlos por perdido.